Si hay una clase social realmente interesada es la de los políticos: esas personas que cuando publicas algo que les viene bien, te hacen ver que eres un excelente profesional, pero que cuando publicas algo que no les gusta, te hacen sentir que no eres un buen profesional. Y todos te hablan de la objetividad del periodista.
Si partimos del hecho de que la objetividad no existe (al menos, eso pienso yo) sí nos queda la imparcialidad que se plasma en la pluralidad como un método de trabajo ético. No somos dueños de la información, solo transmisores. Tenemos que ofrecer todos los datos para que sean los lectores, usuarios, oyentes o televidentes los que se formen su opinión
Esto tan básico conllevará las críticas del político de turno por dar voz al adversario que no tiene razón. La razón siempre está de su parte, solo tienes que creer su versión y si das voz al otro eres un mal periodista.
Aceptemos la crítica
Cuanto antes aceptemos que seremos criticados, antes nos liberaremos de esa pesada carga. Cuanto antes nos acostumbremos a las críticas, mejor. Partiendo de ahí seremos libres para desarrollar el trabajo con total libertad y sin las presiones de los políticos, presiones que a veces pueden alcanzar al factor emocional.
Porque de la relación diaria con los políticos no cabe duda de que surgen relaciones personales y emocionales que pesan a la hora de decidir publicar determinada información o del enfoque a dar a determinadas noticias. Pero un político nunca es amigo de un periodista, solo ve una herramienta a su servicio.
El mercado
Hasta aquí todo lo relativo al ejercicio de la profesión, pero hemos dejado para el final la parte más importante y la más interesante: la propiedad de los medios.
Aunque no nos guste, cuanto antes lo admitamos antes nos liberaremos de este lastre: los medios de comunicación son empresas privadas que buscan el beneficio económico. Estas empresas fabrican una mercancía (información) que venden a un mercado. Si el mercado es suficiente hay que cuidarlo y ofrecer lo que el mercado quiere comprar.
Y en esa servidumbre hacia el mercado, nos olvidamos de los puntos de vista que pueden molestar al mercado. Porque los lectores, usuarios, oyentes o televidentes no quieren conocer la verdad; quieren tener razón. Y nuestra empresa de medios de comunicación tiene la misión de fabricar datos y versiones de la realidad que satisfaga esa necesidad de nuestro mercado. Porque si no ofrecemos lo que demanda, no se sostiene la empresa.
En medio de todo esto, vuelve a estar el periodista. ¿Hay alguien que tenga en cuenta o que valore sus sentimientos, ética o profesionalidad?